Es recién la segunda vez que voy a cubrir la Feria del Libro, y ya todas las inauguraciones me parecen iguales: un aplaudómetro flaco. Por un lado los K, por el otro el PRO, tirándose insutilezas con ánimo falsamente bromista y liviano y una sarta infumable de propaganda política que no viene al caso porque ya todos sabemos por qué estamos ahí (cada sector de la sala aplaude al suyo y chifla al otro) y todos eso.
El ministro Lombardi, por hacerse el canchero pero afortunadamente, dijo que iba a hablar poco porque en realidad todos estábamos esperando a Quino. Y más o menos cumplió. Pero después le llegó el turno al ministro Sileoni, quien coincidió con Lombardi en que todos esperábamos a Quino, pero no pudo con su incontinencia numérica y comenzó un larguísimo discurso donde la mitad de las palabras fueron cifras elevadas de algo que, como cualquier número superior a cien nombrado en un discurso, se perdió absolutamente entre una retahíla de frases ininvocables.
Por suerte, finalmente le llegó el turno a Quino, hombre de poquitísimas palabras, tan pocas, que fueron necesarios dos periodistas, Carlos Ulanovski y Cristina Mucci, para reponerlas de antiguas entrevistas y arrancarle algunas frases muy buenas, como que dibujaba para cambiar el rumbo del mundo. ¿Hacia qué rumbo? “Al bueno, al bueno… Para que cambie en la dirección buena, la de los Beatles, de John Lennon”.
Quino no dijo ni una palabra con contenido político, salvo tal vez cuando dijo que hoy en día perdía el tiempo lamentablemente. Parecía que todos los que habían ido a aplaudir pensaban lo mismo, porque apenas terminó de hablar, se fueron rápidamente sin prestar atención al pobre alcalde de São Paulo, Fernando Haddad, que debía cortar la cinta de inauguración. Los próximos días serán de menos números y más literatura (espero).